Ni maldición del segundo disco ni nada de nada. El segundo disco de Klaus & Kinski es perfecto.
Se quitan los complejos (si es que los tenían) de encima y entregan de nuevo un disco largo de 15 temas donde junto a su guitarreo noise característico (Ya estaba así cuando llegué, Ley y moral) meten de todo: un pasodoble (El rey del mambo y la reina de Saba), una bossanova (Deja el odio para después de comer) y teclados a cascoporro (Brilla como una estrella, Forma sentido y realidad, Eres un sinvergüenza, Luego vendrán los madremías). Hasta se atreven con el funky (Sobria y serena) y no faltan sus temas más folk (Mamá no quiero ir al trabajo, Carne de Bakunin) y sus temas lentos y etéreos que dejan para el final (Los niños muertos y la decadencia política, El fin del mundo, Desidio y el bonus track Dar cera pulir cera).
Han convertido el eclecticismo en su sello de identidad y lo sorprendente es que de nuevo, ante tanta amalgama de estilos, el disco resulta absolutamente coherente y compacto, incluso más que su primer trabajo. En la variedad está el gusto, dicen.
Mención aparte merecen las letras, donde vuelven a hacer gala de su mala leche característica y su buen hacer para ser cafres sin caer en el ridículo. Podría nombrar alguna, pero es que todas tienen algo. Me encanta este grupo, al completo, música, letras y ellos en sí, su actitud, su torpeza, su timidez, la voz de Marina, lo bien que toca Alejandro y lo muchísimo que han mejorado su directo. ¿Disco del año? Seguramente.
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