- ¿Quién es? - dije, señalando la foto.
- Mishima -.
Y desde ese momento ya no pude quitarme de la cabeza esa estampa preconcebida de Mishima ni la dulzura con que mi interlocutor había pronunciado su nombre (como cuando llamas a un gato) y me había pedido que lo leyera. Conocía a Mishima de oídas pero no había probado nada suyo. Siempre había sido uno de esos autores que bajan posiciones silenciosamente en la lista de coqueteables para otorgar el papel principal a otros. En cambio sí había probado a otros autores japoneses con resultados medianamente placenteros (Murakami, Kenzaburo Oé). Así que a la semana de activarse el resorte, acudí a la librería y compré El rumor del oleaje, una novelita pequeña que por la sinopsis y la portada inspiraba un alto grado de filosofía y buenas intenciones entre sus páginas.
La sensación que despertó en mí cuando la leí fue similar a la que experimenté con los otros autores japoneses: medianamente placentera. Nada de filosofía por dentro como yo esperaba. No más que una historieta sencilla que se deja leer. El mar y el amor como protagonistas. Buenos tópicos. No está mal. Me recordó un poco a Hemingway, del que por otra parte también esperaba algo más, no sé por qué.
Después de la lectura, otro día pregunté a mi interlocutor qué tenía de bueno Mishima. Y se rió y me dijo:
- Oh, te ha pasado lo mismo que a todos, no te preocupes, en la primera novela todo el mundo falla con él. Hay que probar más... -.
Y así pues queda relegado al segundo plano de nuevo hasta que mi interlocutor me regale (por una apuesta que hicimos a posteriori y que yo gané) su (para él) mejor novela. Veremos si esta vez Mishima no falla.
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