
Que Gran Torino no es la mejor película de Clint Eastwood, ni como actor ni como director, es algo que tenía muy claro antes de ir a verla, pero a estas alturas de la vida, después de haber visto películas como Medianoche en el jardín del bien y del mal, Million Dollar Baby o Mystic River, por citar algunas de las más recientes, digamos que uno se acerca a una nueva película del señor Eastwood con cierta confianza y condescendencia.
Gran Torino es una película sencilla y sin pretensiones, en la que Eastwood se dedica a sí mismo un homenaje, que empieza siendo una simpática comedia sobre un viejo gruñón lleno de prejuicios y termina como un drama en el que un viejo veterano de guerra se redime de sus pecados. Al veterano de guerra, Walt Kowalski, se le unen sus vecinos de la comunidad Hmong, un cura recién salido del seminario y los hijos de Walt. Personajes estereotipados y una trama previsible de barrios marginales de Estados Unidos, pero bien dispuestos y utilizados para que al final la historia de un insoportable viejo, termine conmoviéndonos, demostrando que con lo más simple se puede hacer algo grande.
Hasta siempre, Clint.
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