Fui a ver esta película esperando algo de magia, pero no la encontré. Su protagonista, Poppy, es una profesora de primaria que mira la vida con positividad, con tanta positividad que a veces dan ganas de matarla. Y es que parece se tome todos los días para desayunar un tazón de Prozac o dos rayas de coca directamente. Si la película transcurriera en un entorno de fantasía, sería creíble, pero no en el mundo real donde se nos presenta. Y eso que al fin y al cabo la positividad de Poppy es un ejemplo a seguir, pero ¿24 horas al día? No, gracias.Mucho más creíble es el personaje neurótico y maniático que le da clases de conducir, que parece nacido del matrimonio entre una señora del Opus y el presidente del KKK. Un contrapunto tan estereotipado como Poppy.
Si al menos el poco trabajo en unos estereotipados personajes hubiera servido para hacernos reir, pero ni aun así. Tan sólo la escena en una surrealista clase de flamenco arranca un par de carcajadas, con una arrebatadora y temperamental profesora española.
La lástima es que al final lo odioso del personaje le resta valor al mensaje que intenta transmitir, que la felicidad no tiene por qué estar en formar una familia, tener casa, coche, perro y seguir a rajatabla todos y cada uno de los cánones y los dogmas que nos marca la sociedad. Aunque es un mensaje tan tópico que tampoco era necesario ver una película para recordarlo, ¿o sí?
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