Doves · Kingdom of rust
Anónimo 4.5.09
La verdad es que me ha costado cogerle el punto a este disco. En las primeras escuchas me decepcionó un poco, quizás porque a priori no encontré ninguna canción que sobresaliera por encima de las demás, quizás porque en los anteriores discos notaba en seguida una voluntad de conjunto, de orden y disposición de los temas, que aquí no he encontrado todavía.

Jetstream fue la primera canción que se pudo escuchar del disco, y lo abre a la perfección, es una de esas canciones que al principio te deja un poco indiferente, pero que crece con las escuchas, vaya que si crece. Dividida en dos crescendos, el primero más electrónico, el segundo añadiendo guitarrazos, y con un bajo filtrado presente en todo el tema, es una de esas canciones que lo mismo funcionan abriendo el disco, cerrándolo, o en medio como subidón. De Kingdom of rust, que da nombre al disco y es el primer single, ya hablé en su día y me mantengo, melancolía en estado puro, guitarras sucias, pianos, arreglos de cuerdas y electrónicos, distorsiones. Sin duda otro gran tema de la banda.

Pero con The outsiders y Winter Hill, no me convencen del todo, sí, son buenas canciones de relleno y no puedo negar que han terminado creciendo con las escuchas, pero a estas alturas me espero más. La primera es un tema rockero sucio y machacón, y la segunda empieza recordando a los Chemical Brothers de Surrender, pero sin despegar.

Por suerte luego son capaces de parir canciones como la inmensa 10:03, una de esos crecendos que terminan subiendo tanto que explotan. Puro extasis. Y continúan con The greatest denier, un tema melancólico y resultón que recupera a los Doves lánguidos y con capas y capas de sonido.

Pero el disco vuelve a bajar con Birds flew backwards, un tema tranquilo que no hace mal contrapunto, pero que resulta un tanto anodino; y Spellbound, el clásico acústico 6x4 que tan bien se les da a los mancucianos, pero cuya fórmula ya han explotado demasiado como para volver a lo mismo.

Compulsion es una patada en la boca a Franz Ferdinand y su Lucid dreams del último disco. Sin un carácter tan electrónico, consiguen un resultado mucho mejor, y a estas alturas ya han demostrado de sobra ser unos expertos en mezclar guitarras con sintetizadores sin terminar siendo cansinos. Con House of mirrors nos regalan el tema machacón del disco, rock sucio, setentero, cumpliendo el papel que hicieron Pounding o Sky starts falling en sus respectivos discos. Una gozada, sin más. Y con Lifelines cierran el disco con un pequeño aunque grandilocuente crescendo.

En el fondo al final lo que queda es un buen disco, pese a algunos pinchazos, que tampoco lo son tanto... ya quisieran muchos semejante relleno en sus discos. No innovan demasiado, acomodándose en algunos temas y estilos, pero es un disco donde recopilan todo lo aprendido en los tres discos anteriores, repasando la languidez de Lost souls, el pop melancólico de The last broadcast y el rock más desnudo de Some cities.

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