Fue el verano en que el hombre pisó por primera vez la luna. Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro. Quería vivir peligrosamente, ir lo más lejos posible y luego ver qué me sucedía cuando llegara allí. Tal y como salieron las cosas, casi no lo consigo. Poco a poco, vi cómo mi dinero iba menguando hasta quedar reducido a cero; perdí el apartamento; acabé viviendo en las calles. De no haber sido por una chica que se llamaba Kitty Wu, probablemente me habría muerto de hambre. La había conocido por casualidad muy poco antes, pero con el tiempo llegué a considerar esa casualidad una forma de predisposición, un modo de salvarme por medio de la mente de otros. Esa fue la primera parte. A partir de entonces me ocurrieron cosas extrañas. Acepté el trabajo que me ofreció el viejo de la silla de ruedas. Descubrí quién era mi padre. Crucé a pie el desierto desde Utah a California. Eso fue hace mucho tiempo, claro, pero recuerdo bien aquellos tiempos, los recuerdo como el principio de mi vida.Así empieza El palacio de la luna, y así nos resume Marco Stanley Fogg en las primeras líneas de esta novela, todo lo que va a pasar a continuación.
Si algo comprobé en Leviatán, es la capacidad que tiene Paul Auster para hilar una historia en la que todos los personajes terminan relacionándose entre sí gracias a una serie de curiosas coincidencias. En Leviatán, a pesar que algunas de esas coincidencias rozaban lo irreal, termiban resultando todas más o menos creíbles. No ha sido así en El palacio de la luna, en la que las coincidencias a partir de las que Fogg va encontrándose con determinados personajes, rozan lo culebronesco.
El libro se divide claramente en tres partes, correspondientes a los tres personajes que marcan la vida del protagonista: su tío Victor Fogg, el anciano Thomas Effing y Solomon Barber. Además de Kitty Wu, que tendrá su papel determinante durante toda la novela, sobre todo en la primera y la última parte.
La historia va perdiendo fuelle a medida que avanza, y es que la primera parte es sin duda la más interesante, donde Fogg llega a sus límites como persona y donde vemos su verdadera esencia. Una vez pasada esa etapa y a partir de su encuentro con Thomas Effing, la historia pasa a ser una relación de acontecimientos que, aunque mantienen cierto interés, no llegan en absoluto al nivel de todo lo anterior. Y ya la tercera parte, con Solomon Barber, se reduce a un resumen casi atropellado de los hechos, como queriendo terminar cuanto antes la novela.
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