Si hace una semana calificaba la primera película de Almodóvar como un divertido disparate, en este caso disparate sí, pero no tan divertido. Y es que la gracia de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, residía precisamente en lo soez y sexual de la historia y en lo relativamente verosímil que podría resultar. No ocurre así con la trama de Laberinto de pasiones, en la que las aventuras madrileñas de Riza (Imanol Arias), el hijo del emperador de Tirán, y su historia de amor con Sexilia (Cecilia Roth), hija ninfómana de un famoso doctor inventor de la fertilización in vitro, no resultan tan interesantes como las aventuras de las chicas de su primera película.Las escenas míticas de la primera, aquí se pierden y quedan reducidas a las breves apariciones de McNamara cuando conoce a Riza, en la escena de la fotonovela gore siendo taladrado, o en la actuación con Pedro cantando el Suck it to me; y sus frases, que incluso llegan a parecer completamente improvisadas ("lo sencillo nunca fue moderno, lo moderno siempre es futurista, el futurismo siempre es glitter"). Totalmente genial.
Y mira que ingredientes no faltan: grupos de la movida, una fan que es violada continuamente por su padre, cambios de identidad previa cirugía estética, una ex-emperatriz malvada que pretende seducir a Riza, terroristas islamistas que quieren secuestrarle, traumas sexuales freudianos, etc. Pero al juntarlos todos resulta un pastiche típico de una película de enredo demasiado enredada y deshilachada, con un despropósito de guión. Eso sí, hace honor a su título, es todo un laberinto de pasiones.
Al menos no se hace aburrida entre tanta trama y tanto giro de guión, y sirve para ver los primeros pinitos de Antonio Banderas, a Imanol Arias en un papel en el que hoy en día no imaginaríamos, o a Cecilia Roth sin su acento argentino. Pero poco más.
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