Curioso juego el que se marca el señor Allen al titular así su última película, y es que si la cosa funciona, para qué cambiar. El problema es que la cosa empieza a no funcionar, y quizás Woody Allen debería plantearse si su ya tradicional cita anual con las pantallas tiene sentido cuando la calidad no acompaña a la cantidad.

Son unos cuantos años ya los que lleva con comedias menores a las que uno trata siempre de acercarse con cierta condescendencia, pero al final, de tanto salir del cine con una sensación agridulce, a uno se le acaba la paciencia, y eso que cansarme de Woody Allen sería una de las últimas cosas que quisiera que me pasase. Pero da la sensación de que al señor Allen ha dejado de importarle hacer obras maestras, y se ha vuelto un viejo conformista que prefiere no complicarse la vida.

La comedia cuenta la historia del encuentro de Larry David, un misántropo anciano neoyorquino, y Melody, una ingenua chica sureña, y como ese encuentro da pie a otros encuentros con los padres de Melody, la ex de Larry,... terminando en una cadena de casualidades con un final un tanto empalagoso.

Con todo, la película se deja ver, gracias en gran parte a que el trabajo de los actores es realmente bueno, sobre todo el personaje de Marietta (la madre de Melody) interpretada por una genial Patricia Clarkson; y gracias también a lo asequible y tópico de los temas tratados: norte y sur, tradición y transgresión, el amor y la razón, la juventud y la madurez...; pero no estamos ni por asomo ante una de las películas recordables de Allen.