Los debates, aunque a veces los ramificamos mucho, siguen ciertas pautas: ¿nos conmovió la novela? ¿es realmente buena? ¿se le puede sacar jugo?
Oí por primera vez el nombre de Elfriede Jelinek -exóticamente sonoro- cuando le fue concedido el Nobel. Hasta entonces sólo había visto la película de La pianista (Haneke) sin saber que estaba basada en una novela de Jelinek. Así que cuando le dieron el galardón, dado que la película me había entusiasmado mucho —perdónenme, debilidad por Isabelle Huppert—, decidí probar a Jelinek. Me pareció interesante contrastar las emociones expresadas en la fisonomía de Huppert con las emociones propias del personaje de la novela.
El estilo me resultó tan apabullante, la escritura de la autora me pareció tan cortante y glacial —como un estilete que hace una incisión perfecta—, que no pude soltarla hasta unos días después. Me pasó un poco como con Marguerite Duras y El amante. El tono morboso y desvergonzado de Jelinek —que a veces rallaba en lo pornográfico sin caer en la vulgaridad— me pareció exquisito.
No sería la última vez que la probara, me dije. Así que, pasado algún tiempo, me hice con un ejemplar de Las amantes, cuya sinopsis me pareció muy inquietante. Qué decir que después de leerla me entusiasmó infinitamente más que La pianista. Así que la propuse para el club de lectura.
Las razones que enganchan de esta novela son varias y de peso:
- La novela está contada como una historia rosa, de telenovela barata, pero con una fuerte carga irónica añadida por la autora que no te deja indiferente y que convierte a la novela en un cuento sumamente mordaz.
- Es un placer inmenso el tastar una capacidad de disección de los personajes tan particular y realista.
- Se despliegan subterráneamente miles de pensamientos sobre la diferencia entre sexos.
- Tiene muchos instantes que invitan a la carcajada (recuerdo especialmente la escena de disputarse la jarra de leche entre Brigitte y Susie, su jovencísima y prometedora rival).
- La estructuración en capítulos cortos y alternos —Brigitte y Paula, aunque ambas son los dos reversos de una misma moneda— la hace muy sencilla de digerir.
Echando un vistazo al documento donde guardo todas mis lecturas, he encontrado unas cuantas notas de la primera vez que la leí que creo interesante mencionar además de las cinco anteriores:
· El turno es de las mujeres. Ellas son las verdaderas protagonistas de esta novela. Los hombres también lo son pero desde un segundo plano. La mujer está en el punto de mira dispuesta a ser vapuleada. Uno puede comprender que una lectora que observe la vida de las dos protagonistas irresistiblemente querrá saber cómo van a acabar ambas. Las verá como dos borregas que irresistiblemente van hacia un final ya automático y predefinido de por sí. La novela pudiera tener este atractivo añadido para ellas: ver ese final y reírse de él. Las lectoras van a querer huir de ese grotesco modelo aún sabiendo que ese modelo lo tienen calado hasta los huesos, que ya se les ha metido incluso hasta en la sangre. Todos somos un poco como las protagonistas de la novela. Nos reímos de los estereotipos presentados, pero nosotros también formamos parte de ellos. Hacemos que sigan vivos.
· Frases tajantes. Afirmaciones que duelen como puños. Partido de tenis entre Paula y Brigitte. Se alternan los capítulos en un vapuleo exquisito. Primero una, después otra. Cuando nos estamos enamorando de la historia de una, salta la historia de la otra y nos atrapa más. Las vemos como a dos chiquilluelas dispuestas a luchar por el amor. Cada cual vive su vida para su hombre respectivo y está dispuesta a hacer lo que sea para conseguirlo. Brigitte no ama a Heinz sino la idea que él va a proponerle de felicidad. Ella no es capaz de labrarse su propia felicidad sino que la conseguirá a través de la felicidad de Heinz. Él será el perfecto maridito que la rescate de la miseria. Por eso se propone hacerle un hijo a toda costa.
· Elfriede no deja títere con cabeza: se burla de la placidez con la que el hombre siempre espera ser servido por una mujer. Se burla de lo simple que es el hombre cuando habla con sus amigos (fútbol y trabajo). Se burla del hombre que no considera mujeres a su madre o su esposa y sólo ve mujeres en aquellas que tienen un cuerpo.
· La sensación que te queda al final es de lucha contra todos estos canones que rigen la diferencia de sexos.
*Siempre me emociona ver cómo conforme nos vamos sentando a la mesa de la cafetería donde nos reunimos, los libros —¡los mismos libros!— van saliendo de los bolsos y carteras ordenadamente, uno por uno, y nos vamos mirando como niños obedientes que han hecho bien sus deberes.
· El turno es de las mujeres. Ellas son las verdaderas protagonistas de esta novela. Los hombres también lo son pero desde un segundo plano. La mujer está en el punto de mira dispuesta a ser vapuleada. Uno puede comprender que una lectora que observe la vida de las dos protagonistas irresistiblemente querrá saber cómo van a acabar ambas. Las verá como dos borregas que irresistiblemente van hacia un final ya automático y predefinido de por sí. La novela pudiera tener este atractivo añadido para ellas: ver ese final y reírse de él. Las lectoras van a querer huir de ese grotesco modelo aún sabiendo que ese modelo lo tienen calado hasta los huesos, que ya se les ha metido incluso hasta en la sangre. Todos somos un poco como las protagonistas de la novela. Nos reímos de los estereotipos presentados, pero nosotros también formamos parte de ellos. Hacemos que sigan vivos.
· Frases tajantes. Afirmaciones que duelen como puños. Partido de tenis entre Paula y Brigitte. Se alternan los capítulos en un vapuleo exquisito. Primero una, después otra. Cuando nos estamos enamorando de la historia de una, salta la historia de la otra y nos atrapa más. Las vemos como a dos chiquilluelas dispuestas a luchar por el amor. Cada cual vive su vida para su hombre respectivo y está dispuesta a hacer lo que sea para conseguirlo. Brigitte no ama a Heinz sino la idea que él va a proponerle de felicidad. Ella no es capaz de labrarse su propia felicidad sino que la conseguirá a través de la felicidad de Heinz. Él será el perfecto maridito que la rescate de la miseria. Por eso se propone hacerle un hijo a toda costa.
· Elfriede no deja títere con cabeza: se burla de la placidez con la que el hombre siempre espera ser servido por una mujer. Se burla de lo simple que es el hombre cuando habla con sus amigos (fútbol y trabajo). Se burla del hombre que no considera mujeres a su madre o su esposa y sólo ve mujeres en aquellas que tienen un cuerpo.
· La sensación que te queda al final es de lucha contra todos estos canones que rigen la diferencia de sexos.
*Siempre me emociona ver cómo conforme nos vamos sentando a la mesa de la cafetería donde nos reunimos, los libros —¡los mismos libros!— van saliendo de los bolsos y carteras ordenadamente, uno por uno, y nos vamos mirando como niños obedientes que han hecho bien sus deberes.
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