Este libro es ideal para una tarde lluviosa con una taza de té en la mano y pongamos que escuchando una música suavecita de fondo —Goldfrapp, Múm, qué sé yo—. Es cortito, con lo cual se puede digerir de una sentada.
Para entrar en el mundo de Tizón hay que bajar la guardia, dejarse llevar por su universo poético, permitir que el autor se tome cualquier licencia. Si bien los primeros cuentos se hacen poco digeribles hasta que te acabas haciendo con el estilo, llega un punto en que pasas un párrafo y empiezas a gozar. Me imagino que tiene que ser un poco como con la poesía, que a muchos nos cuesta abarcar: puedes leer miles de poemas y que ninguno te diga nada. Sin embargo, siempre acaba llegando uno que te golpea duro y te abre de par en par a la emoción.
Lo mismo creo que me ha pasado con este autor.
Los cuentos que más me gustaron y extraería con ansia del conjunto serían: La vida intermitente y Familia, deseo, teatro, casa. Dulces a rabiar los dos.
Tengo ganas de ver ahora cómo se mueve Tizón en las distancias largas. Creo que Parpadeos será la elegida.
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